25/01/2015 pablomlozano

De la zona de confort, a la zona de emoción

Siempre se ha dicho que el ser humano es un animal de costumbres. Que es más fácil destruir cien hábitos que crear uno nuevo. Que las manías no las curan los médicos. Que somos los únicos capaces de tropezar dos veces con la misma piedra. Y seguramente es cierto. Sin embargo, lo que no se suele escuchar tanto a pesar de que tiene la misma relevancia que la sentencia anterior es que, además de ser animal de costumbres, el ser humano es animal de fácil «acostumbre» y eso, en los tiempos en los que nos ha tocado vivir, puede ser un verdadero peligro.

La capacidad del ser humano para acomodarse al entorno y hacerlo suyo es inversamente proporcional a su capacidad para romper barreras y superar sus propios límites permitiéndose crecer como persona. Del mismo modo que el escultor va trabajando el material y golpe a golpe va limando las aristas tratando de dejar una superficie lo más plana y suave posible, las personas, escultoras de su propia vida sólo en el mejor de los casos, tienden a ir limando asperezas con la realidad y van acomodando su existencia tratando de salvarse de los golpes y buscando una vida plana y suave, falta de riesgos, de motivaciones, de experiencias y nuevas vivencias, sin atisbar que la satisfacción es mayor cuando afrontamos los días con una actitud de superación y aventura, tratando de conquistar nuestros propios sueños.

Sin embargo, basta con echar la vista atrás, seamos quienes seamos y vengamos de donde vengamos, para descubrir la esencia de este mensaje y comprender que, en definitiva, todos y cada uno de nosotros tuvo la oportunidad de experimentar la vida y crecer, sólo después de realizar el primer salto y abandono de la mayor zona de confort en la que jamás hayamos habitado: el cálido, cómodo y placentero vientre materno. Nacer es un acto de valentía, de coraje, de superación. Nacemos emprendiendo, creando la oportunidad de comenzar a ser dueños de nuestro propio destino y dar el primer paso de esa nueva aventura llamada vida.

Así que volvamos a tomar conciencia de la necesidad de arriesgarse para seguir creciendo. De las bondades de permanecer en el cambio, saliendo de la zona de confort cada cierto tiempo para permitirnos seguir experimentando todo lo que la vida nos tiene preparado sólo si estamos dispuestos a atrevernos a conquistarlo. Salgamos a correr bajo la lluvia o exploremos mundo con la mochila de la emoción cargada a los hombros, como la que sentimos la primera vez que una nueva ciudad se abre ante tus ojos. Y no olvidemos nunca que para disfrutar del arcoíris, es preciso que previamente haya habido una tormenta o, que lo único cierto, es que la suerte sólo sonríe a quienes la buscan. 

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